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El círculo se estrecha

A Marcela, con todo mi cariño

 

 Hace años, cuando yo era una niña, recuerdo que en compañía de mis papás veía las noticias en la televisión. Hablaban de la muerte de un periodista de apellido Buendía, en el grande y muy peligroso Distrito Federal, y de un señor Escobar que traficaba droga desde un país lejano llamado Colombia. Hablaban de robos, de muertos en otros lugares. El periódico local, del que siempre hemos sido suscriptores, hablaba de atropellamientos, de accidentes en las fábricas de calzado y las tenerías. Recuerdo haber leído la historia de un niño de nombre Onésimo a quien su madre le apagaba cigarrillos en los bracitos y que fue llevado al DIF para su adopción. Esa era la nota roja. Los niños jugaban en la calle e íbamos a la tienda de la esquina, a la tortillería o a la papelería solos, sin supervisión de nadie. Era la vida tranquila de una pequeña ciudad en desarrollo en donde estaba siempre presente la madre, y el padre era esa autoridad ausente por trabajo, pero siempre presente, y en donde esas noticias siempre causaban indignación entre mis padres y mis tíos en las comidas familiares quienes siempre mencionaban que ya no hay valores en la sociedad. 

 

 Más tarde, comenzamos a escuchar también en los noticieros que existían cárteles de la droga en el norte del país, que mataban mujeres en Juárez, que era muy peligroso ir a la lejana Tijuana. Quien sabe, en León no pasaba nada, después de la Universidad nos íbamos los amigos a cenar a Ciao, a la Cañada o a tomar litros de café a Sanborn´s de Plaza Mayor.

 

 Tiempo después vino la pandemia de influenza y luego la de covid, esta última causando miles de muertos entre nuestra sociedad. Luego, las noticias sobre las muertes en los estados vecinos por causa de los carteles en Michoacan y Jalisco, en los municipios de Acámbaro, Celaya, de las marchas de mujeres y de la visibilización de la violencia en contra de esposas, madres, novias, hijas. Nos dimos cuenta de que en Guanajuato estaba pasando algo. Luego, supimos de balaceras en las colonias populares, de los asaltos a la salida de los bancos, de los asaltos por motociclistas, de asesinatos en las inmediaciones de la Plaza mas famosa de la ciudad, de mujeres desaparecidas y de que habían encontrado una fosa clandestina en una colonia popular que yo no sabía ni donde se encontraba. Todo muy lejos de nuestra realidad. 

 

 Hace poco, muy poco, el asesinato de Jesuitas en Chihuahua, y más cerca, asaltos en la carretera a Lagos, en la zona dorada de León. Asaltos en las gasolineras, asaltos en las calles cuando los ladrones fingen chocarte para llevarse tu coche o de perdido, quitarte la bolsa o todo tu dinero, asesinatos en las colonias cercanas. El círculo se estrecha. 

 

Aficionada siempre a las novelas de misterio de Arthur Connan Doyle y Agatha Christie y a los programas de detectives, me gustaba impresionarme por cómo se resolvían los crímenes de ficción. Lejos estaba de mi mente infantil y juvenil que años después la vida real me impresionaría más que esas novelas o programas de televisión. 

 

El viernes asesinaron a Marcela, una de mis mejores amigas. De forma artera y cruel le quitaron la vida como no leí en ninguna novela. La conocí cuando ambas teníamos 4 años, y hasta la fecha. Fue una persona buena, completamente dedicada a su familia, a su trabajo. Amiga donde las hay, siempre tenía una sonrisa para todos. A pesar de recibir incluso groserías, ella contestaba con una palabra amable, educada, sincera. Desde luego con defectos, como todos, porque la muerte no nos convierte en santos de la noche a la mañana, coincidimos quienes la conocimos que en su corazón siempre hubo sentimientos de bondad hacia los demás. Cumpliendo con el trabajo que le apasionaba, la mataron. Desde luego, las redes se inundaron con la noticia, y más tarde salieron los comunicados de los diferentes organismos del gremio, de nuestra alma máter, de su colegio, con la indignación que causa una muerte de esa naturaleza de una de los nuestros. 

 

Nos preguntamos en qué momento pasó todo esto. Cuándo fue que nuestra seguridad se salió de las manos de quienes prometieron cuidarnos a nosotros y a nuestras familias. Porque lo prometieron y deben cumplirlo. Así de simple. Como sociedad, debemos exigir a quien sea responsable, que aparezcan los asesinos de Marcela y que sean juzgados y sentenciados por su conducta. Ya no debe quedarse la indignación tras las pantallas de los teléfonos en las redes sociales. Marcela y su familia lo merecen. El crimen está tocando a las puertas de nuestras casas. El círculo se estrecha. 

 

#JusticiaParaMarcela